miércoles, 18 de febrero de 2009

Antuan

Antuan era un joven común, no tan común, paseaba por el mundo sin mayor intención, sin mucho sentido.
Vivía un poco asfixiado con las historias de su legendaria familia, grandes castillos, conocidos por todos, un gran linaje.
A veces sentía no pertenecer a su estirpe, pese a tener los rasgos que bien lo definían como parte de ella, piel seca, muy blancos, ojeras, altos, fríos.
Pero este poseía una característica más que los de su estirpe, era digamos, robusto, más bien gordito.

Le gustaba pasear por su mansión, la de su padre en realidad, por las partes más altas, y contemplar el amanecer aún cuando se le había ordenado no hacerlo.
El destello de la mañana provocaba en él una sensación algo extraña, algo que jamás tuvo antes. Se sentaba colgando los pies al vacío y se veía su silueta sobre el morado oscuro del amanecer, el robusto joven saboreaba cada matiz de la alborada, deleitaba sus ojos con las formas más curiosas que las nubes hacían para él.

Era un mundo nuevo, era el mundo, era el color, era la realidad.
En algunas ocasiones lo sorprendieron en su ritual y fue severamente reprendido. Su padre al contrario vivía en la sombra, en el negro, sin colores, sin vida.
Parecía que esa ere el destino de la familia, pero este gordito se preguntaba siempre, ¿por qué he de ser de la sombra si a mi me gusta la luz?

Sus largos y recurrentes escapes a la cornisa le trajeron algunos inesperados regalos.
Laura era una fina y muy hermosa señorita que vivía en la mansión de alado, parecía tener la misma edad de nuestro particular trasnochador, su piel era tersa y suave, de un rosado vivo y líneas de oro en su cabello, era una chica muy dedicada a sus cosas, al colegio, los estudios y el deporte. No gustaba de las típicas alegorías de púber, ni de las engreídas reuniones; era una mujercita sensata.

Antuan jamás pensó siquiera poder hablarle, hasta que un buen día se sintió observado, dejó su aletargo de contemplación y vió a Laura admirando con cierta extrañeza su ceremonia de amanecer; sintió una extraña sensación de orgullo o tal vez de aliento, como si Laura, aunque extrañada, admirara esta cualidad de Antuan de beberse las ondas de la aurora.

Había creado una lejana e intermitente amistad con Laura, su comunicación era visual, ella salía por las mañanas muy temprano al colegio y veía a Antuan sentado en la cornisa con alguna comida chatarra hipnotizado con el cielo y un sonrisa de placer celestial.

Un día, antes de que amanezca, cuando recién estaba sentándose en su lugar habitual, la vio parada frente a la entrada en pijama con el cabello suelto, pantuflas y con su propia bolsa de comida chatarra.

Por un segundo pensó en que era un espejismo, al asegurarse de que era real, se preguntó que hacía ahí, ella sólo lo miraba como esperando y él sin saber que hacer; era evidente que ella se invitó a participar, sólo esperaba que él le dijera que si.

Antuan se levantó de un salto y en un segundo ella lo vio salir por la puerta principal con unas enormes llaves, parecían del siglo pasado, abrió sin ni siquiera saludar. Ella estaba un poco sorprendida, aún no entendía la rapidez con la que su extraño amigo apareció por la puerta. Entraron, ella guiada de la mano por Antuan y él mirando hacia todos lados para no ser descubiertos. La llevó rápidamente a su santuario, ella estaba un poco nerviosa, a fin de cuentas nunca habían hablado. De forma extraña ella confiaba mucho en él.

Se sentaron, colgaron los pies, conversaron, comieron y se descubrieron, ella hablaba más que él, preguntaba de todo y él solo respondía, rara vez hacía un comentario. Vieron la noche volverse día y en ese momento Laura pensó “¡el colegio!”, corrió desesperada hasta su casa dejando el dulce olor de su cabello acariciando el rostro de Antuan.

Al día siguiente Antuan esperó ansioso a que volviese aparecer, pero el amanecer lo sorprendió sin ella, no era raro. Al día siguiente lo mismo, así hasta que un día notó que ya nadie habitaba esa casa.

Aquella visita, esas pocas horas, le habían cambiado la vida, por suerte o desgracia el amanecer ya no sabía igual sin ella, las ondas del amanecer ya no atravesaban sus ojos dejándole paz, ahora sólo le traían su recuerdo, haciendo las mañanas más tristes que la noche y haciéndole la vida más desdichada.

Hasta que un buen día decidió nuca más visitar el techo, decidió ser uno más de su familia, cambió la chatarra por sangre y el amanecer por oscuridad, ya nada le abrigaba el corazón, se rindió a su destino, a su esencia, a lo que era, sin ella sólo quiso ser un vampiro.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando me comentaste acerca de Antuan lo imaginé más malcriadillo y menos corazón...
Pero está interesante. Deberías dibujarlo.

Anónimo dijo...

Quiso ser patulak..?

Cristian dijo...

que hubo panita, ahi le mando un comentario vago a su historia, me parece, mas bacan si la haces cancion. Al leer tu historia parece la tipica historia de las canciones de Sui GEneris...un abrazo pana.

El Chino Arambulo

merchan dijo...

es cuento o es verdad??