lunes, 17 de noviembre de 2008

Arturo

Él subió corriendo las escaleras y ella no estaba, solo una mesa pequeña, vacía y adornada con la agonía de un cigarrillo.

Ella estuvo sola mirando el río y pensando en la tristeza que él llevaba. Miraba el humo como retazos de seda bailar hacia el espacio, las luces, el viento, las gentes.
No pudo evitar llorar.
Sin cuidar el paso bajó uno por uno los escalones mientras se escuchaba música vieja.
La escena se hizo gris, muda, sorda.

Mientras caminaba por la empedrada calle el viento le acariciaba el cabello y ella empuñando su propio cuerpo se alejaba del lugar soñando que él llegó y que fueron felices eterna y húmedamente.

Qué sé yo de la muerte

Poco la nombro, evito su voz, pálida parece en los rostros de los vivos y a veces se sienta sobre las piedras de los muertos, a veces nos mira y pasa de largo, a veces nos roza como avisando.
Nadie la quiere, pero algunos la esperan tras largas vidas de bondad, con serenidad la aguardan y los hacedores de holocaustos piensan que no llega.
Ella no es el problema, sino a donde nos conduce. Acaso al rostro del Altísimo o a un sueño eterno sin sentido o quizá a reciclarnos en este supuesto mundo de muchos mundos y muchas gentes renaciendo para vivir otra muerte.
Qué ven los que ya no ven, los que con la tierra se abrazan por siempre.
Es un descanso acaso o el principio del peor sufrimiento o tal vez simplemente el fin.

martes, 11 de noviembre de 2008

Sobre la Nostalgia

A veces me da por pensar que la carrera de la vida hace que vayamos perdiendo un poco los detalles de la misma.
Fugazmente vamos avanzando sin tomar el último sorbo del vaso, nos levantamos si colgar la mirada unos segundos más, vemos el camino anhelando la llegada sin disfrutar el camino. ¿Qué se supone que perseguimos con tanta ansiedad?

De pronto, una canción toca con sus esquirlas alguna parte de la memoria cardiaca y nos lleva a algún sitio en algún lugar, con algún olor u otro don de la carne.
No hace sentir, nos lleva a la nostalgia, a añorar lo que ya no existe, pero por haber existido se materializa en sensaciones de nuestro organismo. La bella dama o aquel inocente niño, mi perro, mi perfume preferido, aquel campamento, esa mentira, esa vergüenza, esa parte de su piel.

Como diría el maestro Rodríguez: “a donde van…” ¿qué se hace? ¿dónde se lo guarda?, la mente lo atesora pero el resto ya no lo tiene jamás.

Como caída la noche al final de una juerga con los amigos, como el final del partido de pelota, como cuando papá o mamá decían ya vengan desde la puerta de la casa.

Y a cada paso se va quedando algo de historia, a veces sin mucha importancia, hasta bien pasados los días que ésta se engorda, se nutre de nuevas cosas para recordar y volvemos a decir qué tiempos aquellos!

Bien nos haría saborear cada momento con calma, en paz o júbilo, si así lo amerita, para caminar por el pasado de vez en cuando sin sentir que no vivimos, sin sentir que no estuvimos y sin pensar que no fuimos.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Ahí Estabas

Te vi y te volví a ver, bajo mis palabras debías estar y no por voluntad.
De dioses te hablé y jamás te importó, pero estabas ahí.
Algunas paredes, algunas horas, algunos escenarios, algunas personas.
Cerca de mi siempre cerca y jamás queriendo, queriendo a quien no quieres.
Atravesando los años y perdiéndolo todo.

Tristeza infame sin justicia te abraza, estuve cerca pero no me dejaron verte.
El amor me embriagó y muy feliz caminé, pero igual te encontré a cuenta de nada; igual sonreíste, ahí estabas.
El dolor me alumbró, elegido de dolores fui y también te acercaste a saludar mi semblante.
Me viste a lo lejos y te vi mirando, nos abrazamos con gusto y esta vez pactamos.

Un encuentro jamás pensado, caminatas lentas y relatando todo, describiendo, preguntando, historias con mensajeros.
Y el día de oscuridad para todos, fue la luz que alumbró la nobleza de tu alma y que se dio en teofanía a mi pobreza de anhelos, brillando ternura y derrochando sal.
Quedé conmovido y te pensé en un abrazo y luego te fuiste.
Y aún sigues estando ahí…