lunes, 17 de noviembre de 2008

Arturo

Él subió corriendo las escaleras y ella no estaba, solo una mesa pequeña, vacía y adornada con la agonía de un cigarrillo.

Ella estuvo sola mirando el río y pensando en la tristeza que él llevaba. Miraba el humo como retazos de seda bailar hacia el espacio, las luces, el viento, las gentes.
No pudo evitar llorar.
Sin cuidar el paso bajó uno por uno los escalones mientras se escuchaba música vieja.
La escena se hizo gris, muda, sorda.

Mientras caminaba por la empedrada calle el viento le acariciaba el cabello y ella empuñando su propio cuerpo se alejaba del lugar soñando que él llegó y que fueron felices eterna y húmedamente.

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