lunes, 3 de agosto de 2009

Última encomienda

El rey, cansado de la sangre y la conquista, viejo de la piel pero más lucido que en la juventud, piensa deshacer la malicia de la que se ha rodeado, de la corrupción, de la desigualdad, de la peste que corre por las venas de su reinado. Se sienta y piensa en quién depositar el poder que de Dios le ha dado para regir, piensa en un corazón noble y humilde.

Llora pensando en lo incompetente que es su linaje en asuntos de la sensatez. En realidad siempre supo en quien confiar, pero jamás se sintió tan necesitado de aceptar esa realidad como ahora que la muerte ya se había vuelto su hermana.

Mandó llamar a su capitán, un hombre que sólo anhelaba dos cosas: luchar hasta morir en la batalla y volver con su familia, en esta vida o la otra.

El rey le explicó sus planes, su última encomienda, su intento de borrar los años de sangre y conquista, sus ganas de que el mundo lo perdone y de que su reinado deje de ser una cueva de serpientes. Le ofreció todo el poder del mundo, le ofreció ser el hombre más poderoso de todos los reinos; pero el capitán dijo – de todo corazón, no-

El rey lo tomó de los hombros con paternal mirada, enjugando sus ojos con lágrimas, con brillo de orgullo y angustia de frustración, y dijo –justamente por eso es que debes ser tú-

1 comentario:

Anónimo dijo...

El silencio del monte va
preparando un adiós.
La palabra que se dirá in memoriam
será la explosión.
S.R.