martes, 16 de diciembre de 2008

Historia Fantástica

A Padre Luis Fernando, hombre santo, excelente sacerdote pero sobre todo un gran amigo y hermano.

Esa noche, como muchas de ese año, estaba haciendo las veces de monaguillo. Era una sensación extraña al máximo, un adolescente parado sobre el presbiterio junto a un gran sacerdote, muy santo, las gentes miraban detenidamente a este personaje y yo solo pensaba en todo el tiempo que me perdí de estas ceremonias tan pulcras de adoración.

No recuerdo ni la lectura ni el día, mi atención estaba puesta en tratar de entender como el mismo Cristo que resucitó a Lázaro esta abajado a un ínfimo pedazo de pan, ¿cómo el rey del universo logró semejante entrega?

Asistí al sacerdote en los oficios de la liturgia de manera prolija como él nos enseñó, pero seguí en mi propia escolástica tratando de descifrar semejante milagro, tan fácil de recibir y tan difícil de imaginar.

Llegó el momento de la consagración y fue el momento en que más dudas me invadían, ¿era el cristo ese pedazo de pan?

- Señor, ¿en serio estas ahí? ¿Cómo puede ser?

Le pregunté repetidas veces si era él, me atormentaba la idea de ser fiel a una verdad que no fuese verdad, y cuestioné hasta el final eso, un cuestionamiento más de esperar respuesta que de estar en contra.

El Presbítero nos dio la bendición y caminó hacia la sacristía conmigo de guardia detrás de él, se inclinó ante el pequeño crucifijo de la pared a dar gracias, yo firme junto a él esperé que terminara su devoción y cuando se incorporó simplemente quise abandonar el lugar, él me tomó del brazo evitando que salga y me dijo:

– espera flaco

No era nada raro, el cura solía salir inspirado de las misas con ideas nuevas sobre apostolados o actividades para evangelizar, así que lo esperé a fuera a que se quitara los atuendos rituales y fuimos a su oficina.

Caminamos desde la iglesia hasta la oficina que estaba del otro lado de la cancha y en el camino me extrañó que no hiciera las típicas bromas o que tocara algún tema, el cura no era una persona callada, iba más bien vehemente, solo tenía una idea en su cabeza.

Llegamos a la oficina me indico con gestos que me sentara y él se sentó en su lugar frente a mi, tomó un papel de recados de escritorio y escribió algo, dobló el papel y lo dejó ahí junto a él, me miraba con un rostro extraño, como si el mismo no entendiera que estaba pasando. Entonces dijo.

- ¿Tú le preguntaste algo a Dios en la misa?

Yo no atiné respuesta inmediata pues la extraña situación me había hecho olvidar la secreta discusión teológica que tuve en mi cabeza entre los rezos de la misa, respondí dudoso que si y él dijo.

- No sé cual fue tu pregunta pero la respuesta es esta…

Deslizó el papel doblado sobre el vidrio del escritorio hasta dejarlo cerca de mi, yo solo lo miré por unos segundos, lo tome, lo desdoblé y decía.

- Dile que si

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se me ha puesto la carne de gallina. No voy a precisar los porqués. Es una buena historia. La había escuchado antes, de ti, o del Cura, no lo recuerdo. En todo caso, mi hermano, prendo el agua caliente y me como un guineo.